El individuo y el grupo

El 11 de mayo de 1925, la revista deportiva londinense Athletic News publicó el siguiente anuncio: «El Arsenal Football Club está dispuesto a recibir solicitudes para el puesto de entrenador del equipo. Debe tener experiencia y las máximas calificaciones para el puesto, así como capacidad y carácter personal. Los caballeros cuya única capacidad para construir un buen equipo dependa del pago de caros y exorbitantes fichajes no deben molestarse en presentar la solicitud».

El elegido fue Herbert Chapman, uno de los inventores del fútbol moderno. Pero entonces era sólo Chapman, un entrenador que había obtenido buenos resultados con el Leeds, antes de la Gran Guerra, y luego con el Huddersfield Town. Chapman desarrolló la teoría del contraataque («el mejor momento para marcar es justo después de repeler un ataque», decía), creó numerosas variantes tácticas y, pese a las condiciones establecidas en el anuncio, gastó bastante dinero en jugadores, a veces, sobres mediante, de forma ilegal. Quiso especialmente contar con dos jugadores de la época: Charlie Buchan, el mejor goleador inglés, y luego Alex James, un ariete elegante al que reconvirtió en un sensacional mediapunta (otro invento de Chapman) especializado en el último pase.

La principal aportación de Chapman al juego consistió, sin embargo, en la noción de equipo. Hasta entonces, el entrenador era un tipo que procuraba elegir al mejor para cada puesto, dirigía de vez en cuando una sesión de gimnasia y daba una charla antes del partido. Se estilaba la jugada individual. Chapman, en cambio, quiso forjar un grupo de hermanos, un colectivo hecho de confianza recíproca que funcionara de forma casi automática. Además de someterles a una intensa disciplina de ejercicios físicos, organizó actividades extrafutbolísticas (desde torneos de golf hasta juergas alcohólicas) para que se mantuvieran unidos entre semana y les animó a discutir sus tácticas para que las aprendieran al detalle.

Herbert Chapman sentó las bases del fútbol colectivo, es decir, del fútbol. Lo que en este arranque de temporada juega el Atlético de Madrid. Es un placer observar los movimientos rojiblancos porque siempre tienen sentido. Viendo a ese equipo, uno se explica la popularidad alcanzada por un deporte que no está hecho para el individuo, sino para el grupo, tanto en el césped como en la grada.

Por supuesto, hay otras escuelas futbolísticas. Como la que sigue el Real Madrid: estrellas, virguerías y un juego incomprensible. Oliver y Benji rebozados en pasta de Wall Street, por definirlo de alguna forma. No hay que menospreciar lo que se emite desde el Bernabéu. Combina el glamour de Hollywood (ese que hace decir «voy a ver una peli de Brad Pitt» o «voy a ver un partido de Cristiano Ronaldo») con los avatares de una telenovela, y puede resultar entretenido para quien no ve jamás el fútbol en un estadio. En la pantalla se aprecian mucho mejor el cutis de Bale y los aspavientos de Pepe que la línea de centrocampistas o los desmarques.

El Real Madrid de Florentino Pérez es, según parece, un gran negocio. Cada uno hace lo que sabe. El Atleti hace fútbol y el Real hace dinero.